Sino
14.10.10

El tipo abrió la puerta despacio. Miró casi husmeando, sin hacer ruido, y retrocedió.

- Es tarde- dijo con tono cansado una voz dentro de la habitación. El hombre no se movió y por eternos segundos siguió tomado de la manilla.

- Es tarde- insistió la voz. Fue entonces cuando tuvo aquella revelación inútil, muy a destiempo, que lo dejó muy convencido de que su sino era no estar ni en el momento ni en el lugar preciso cuando ocurren las cosas.

Corrió desesperado, como un loco, a decírselo a su mujer, pero de ella sólo encontró una nota encima de la mesa llena de migas y aplastada con el control remoto del viejo televisor: “no llegaste nunca, y me fui”.
 
Por Gabriel E. at 00:13 | Permalink 0 comentarios

Aquí, pasando
18.6.09
Claro, que sí: Esta vez me tocó conjugar el verbo "vacunar"... pero me quedé en el presente y sólo en la primera persona: Yo vacuno.

Rarezas, sin duda, estas cosas que pasan. Pasan, sólo porque pasan, como el viento, que pega y enfría la cara, pero sigue cascando hasta botar la hoja seca de un árbol, darle movimiento a una chasquilla y apagando finalmente una vela.

Y así sigue, avanzando, pasando.

¿Cambia todo cambia?, no exactamente, yo diría que pasa, todo pasa.

Se pasa la hora, se pasa el tiempo, se pasa el dolor, se pasa el frío, se pasa el calor, se pasa la angustia, se pasa la modorra, se pasa la rabia, se pasa lista, se pasa a la historia, y la vida sigue pasando y pasando...

"¡Pase!" dice la cajera, la enfermera, el guardia de seguridad alterado, el paco de tránsito estresado al medio de la calle -con gesto técnico de su guante blanco piñiñento-, la señora a medio vestir cuando llega el tipo dateado supuestamente para arreglar el TV cable.

También se pasan las sopaipillas, el pescado sin refrigerar, las axilas sin desodorante (se supone que "a ala"), y la gente que se manda alguna chambonada: "se pasó..."

Y los curaos' -borrachos- andan pasaos' -pasados-.

Y lo que me pasa, ¿por qué me pasa?, ¿por vacunar entonces?, ¿por pasarme de listo?, ¿por pasarme de la raya?, ¿por pasar piola?...

Pase lo que pase, por lo que pase o lo que haya pasado, ojalá que pase no más. como todo.
 
Por Gabriel E. at 00:17 | Permalink 0 comentarios

Párrafos inconexos
7.4.09
“Señora, disculpe, pero no es mi culpa que su humanidad sea tan abundante”, le dije. Y hasta ahora, con la cara todavía desencajada, me arrepiento de buscar palabras para justificar lo injustificable y contra lo que no hay remedio, sobre todo arriba de una micro a las ocho de la mañana.

Usted me da pena señor, me dijo. Luego me lanzó una moneda y se fue pedaleando en su bicicleta con la misma pasividad con la que había llegado. “¡Pendeja de mierda!” dije a regañadientes. Entonces recogí la moneda y me fui.

Todos miraban al pobre muerto reventado luego de ser atropellado por un camión. “¡Ahí viene su señora!”, se oyeron los rumores entre los curiosos. Apareció una mujer joven que, impávida, levantó la manta que cubría al cadáver y asintió con la cabeza ante una pregunta de los policías. Luego miró fijamente a la multitud y dio un grito agudo que contrastaba con su cara de nada. “Está destrozada”, dijo una mujer, y recibió una respuesta que lo enrareció todo: “no más que él”.
 
Por Gabriel E. at 00:24 | Permalink 0 comentarios

Dudo
11.2.09
Yo dudo. De ti, de mí, de todos. No es vida cuando nada es seguro. Y cuando las únicas certezas son que el sol se va a esconder y que al otro día muy temprano va a salir -pese a que la verdad de todo es que el mundo da vueltas como un trompo- es que definitivamente está todo muy mal.

Y cuando digo “muy mal” es porque, sí, está todo “muy pero muy mal”.

Tanto así que he pensado en tirarme al vacío y quedar hecho “líquido” en el suelo, como dijo alguien por ahí. Pero dudo que pueda hacerlo y me atormenta que la duda se resuelva, como sea, en ese segundo y un poco más que transcurriría antes de reventarme contra el pavimento.

Por eso me contento –aunque no precisamente porque esté “contento”- con pasar horas mirando la distancia entre mi balcón y la calle, pensando en la textura de esa acera áspera y para variar dudando sobre si realmente estaré así por depresión o simplemente por lo nocivo de tener en exceso tiempo de ocio.
 
Por Gabriel E. at 00:25 | Permalink 0 comentarios

Chivo
6.11.08
Sí sé que estoy loco, le dije, y comencé a caminar y caminar hasta que llegué aquí.

Lo que no me esperaba, eso sí, era encontrarme con esto. No tiene explicación, es inaudito, insólito, y todos esos nombres de viejos negocios de tela.

Pero el tiempo había pasado y entre que conversaba esto contigo y me distraía un poco mirando para otro lado mientras me dabas tus sesudas respuestas, habías simplemente desaparecido.

Era cuestión de esperar que volvieras, pensé, y seguí observando atento cómo entraban los rayos de sol por la ventana delatados por el polvo en suspensión.

Sin embargo, mas, pero, no volviste. Y hasta dudé que alguna vez hayas estado ahí, y en eso, de verdad, yo no tengo nada que ver.

¿Te das cuenta entonces cómo contribuiste a que me pasara lo que me pasó?, ¿no sientes en realidad que fuiste artífice de todo?.

Yo tengo la conciencia tranquila y mi alma en paz. Esa es la gracia de tener a quién echarle la culpa.
 
Por Gabriel E. at 10:06 | Permalink 1 comentarios

Ánima
2.11.08
Ingresé por mi cuenta, de manera voluntaria y sin que nadie me lo recomendara o me advirtiera de sus riesgos. Allí estaba aquel laberinto, con un gran acceso y múltiples senderos para explorar.

Entré no más y seguí una ruta por la izquierda. ¿Por qué?, porque soy zurdo, supongo. Había avanzado sólo algunos metros y el camino terminó en cinco puertas: dos a cada lado y una igual que las demás pero al fondo de un pasillo.

Opté por el centro y salí a una especie de potrero abierto, el cual atravesé bajo un sol bastante intenso. Subí una pequeña loma y pude divisar todo el entorno. Para mi sorpresa era una pequeña y desolada isla. Hacia el norte había sin embargo algo que cortaba el paisaje. A lo lejos parecía una población de casas cuadradas de color azul. Había por lo menos 30, todas perfectamente alineadas.

Caminé cerca de media hora para llegar a ese lugar y las casas eran en realidad casetas, cada una poco más grande que un quiosco, sin numeración ni con ventanas. Sólo con una angosta puerta.

Elegí una que estaba en un extremo. Podían ser baños públicos pero también locales comerciales. En una de esas hasta había bebidas y galletas.

Abrí la puerta y había una especie de cortina negra. Entré y sentí como la puerta se cerró de manera automática. La oscuridad era total y el silencio también. A tientas avancé y corrí otra cortina. Choqué con la pared después de caminar algunos pasos y logré afirmarme otra vez de la manilla de la puerta, lo cual era muy raro porque estaba seguro de haber ido en sólo una dirección.

Abrí con el firme propósito de revisar las otras casetas, pero salí en otro lugar. Era de noche y hacía frío. Tuve cuidado de no cerrar la puerta, así que opté por no aventurarme y emprender el regreso. Entonces volví, otra vez sin ver ni oír nada, por donde había venido.

Pero al abrir estaba otra vez en esa noche helada. Hice el ejercicio una, dos, tres veces y no había caso. No me quedó más alternativa que salir y mirar donde estaba. La puerta de la que yo salí estaba mimetizada en medio de una pared de rocas, y de la caseta azul no había rastro alguno.

Caminé algunos metros. Apenas se divisaban unos cerros, las estrellas brillaban a ratos tapadas por nubes que avanzaban rápido y el viento hacía sonar las hojas de los árboles de una especie de bosque que al parecer estaba a mis espaldas.

Hacía tanto frío que quise mejor refugiarme dentro de la cámara oscura. Pero la puerta ya no estaba.

Me senté ahí mismo sin saber qué hacer y con la esperanza que fuera madrugada y que el sol saliera pronto. No sé cuántas horas pasaron, no sé tampoco si han pasado días o semanas. Sigo aquí, esperando algo.

No tengo hambre y curiosamente, ninguna necesidad biológica. Antes quería encontrar algo que beber o comer, pero ahora no. Lo más raro es que tampoco tengo ansiedad de nada. Ni siquiera curiosidad de saber qué hay más allá y si lo que oigo es realmente un bosque. La sensación, eso lo tengo muy claro, es la de haber regresado.
 
Por Gabriel E. at 14:09 | Permalink 0 comentarios

¿Qué es Gacmania?
29.10.08
Algunos lo asocian a una manía. Y como mis iniciales son "GAC", entonces lo más natural era asociar "Gacmanía" a la manía del tal GAC. Buena teoría, pero insuficiente como para entender del todo al básico orate que escribe.

Ciertamente que toda la carga prusiana y castrense de mis años de infancia, bombardeada en álbumes como los Artecrom y esos grandes jeeps de plástico artillados que vendían en las ferias de navidad con dos milicos -también plásticos- perfectamente sentados, influyeron en las imbecilidades que con mi hermano inventábamos para jugar.

Y a propósito de ese boom de la nostalgia ochentera, otra vez de moda, hay que recordar los íconos de la época y los cuadros en ese entonces asumidos de manera muy trivial.

Normal era, por ejemplo, que tarde en la noche una patrulla militar y por cuestión de rutina, detuviera el auto en que viajábamos y amablemente le pidiera al conductor, en este caso mi progenitor, que por favor abriera el maletero para revisar con sus linternas que llevábamos dentro. Y como éramos chicos lo encontrábamos divertidísimo. Y gracias a Dios -si lo hay- que no teníamos nada que esconder... y por lo mismo (gracias también) que no sentíamos temor.

Y la televisión nos bombardeaba con películas de la segunda guerra: Las buenas en la noche, en "Grandes Eventos" y las malas o antiguas en "Cine en su casa" o "Tardes de cine".

Debe ser por eso que si jugábamos a lo que fuera, era a invadirnos y lanzarnos bombas. Los monos de plástico que teníamos (soldaditos, animales, etc.) además de tener nombre y estar casi vivos -eso sí que era raro- se alistaban en uno u otro bando para ir a la lucha encarnizada (o enplasticada).

Hasta tuvimos una embajada en el país del frente -la casa del frente- que resultó destruída a patadas por un supuesto terremoto cuando el embajador de esa nacion en nuestra casa, una figura plástica de color verde, resultó supuestamente quemado en un incendio... intencional por cierto. Es que el terrorismo...

Y así entonces, con la carga mediática de países como Alemania, Birmania, Rumania, etcétera, salió esa noble nación unipersonal que se llama Gacmania y no Gacmanía.

Gacmania es entonces una gran pero pequeña nación sometida dentro de mis propios e incoherentes límites. "Una mala copia de mí mismo", como habría dicho alguna vez si se me hubiera ocurrido... pero no se me ocurrió.

"Orden y Progreso", dice el lema de la nación brasileña, y "por la razón o la fuerza" reza el de la chilena. En Gacmania no quisimos ser menos, y en un acto de independencia nacional surgimos con nuestro propia declaración de principios. "El sector oculto de lo que no se esconde".

Tan célebre racionamiento surgió -en 2005- de las extensas horas de ocio con que contaba en su horario de trabajo un individuo casi igual a mí. Y no quiero decir yo, porque en otra ocasión, en el colegio creo, escuché a mi profesor de filosofía decir "yo es otro".

No sé a qué se refería, en realidad nunca le presté demasiada antención, pero me quedó esa frase: "Yo es otro".

Un sector, una zona o lugar, que está escondida para no ser hallada por algo que no se esconde, que se muestra abiertamente ... es lo que se ve, y el esfuerzo de lo que no se ve por no ser visto.

Pero hay otra teoría, que es lo que no se ve y que forma parte de todo aquello que se muestra. Todo lo que vemos tiene un sector oculto, pero no necesariamente hay una intención de no mostrarlo... simplemente, no se ve. Y punto.

Eso es Gacmania. Y punto.
 
Por Gabriel E. at 00:26 | Permalink 0 comentarios

Escape
23.10.08
Busqué en todos lados: en el closet, dentro del horno, en los cajones, debajo de la estufa, dentro de la estufa, en la tierra de los maceteros, debajo de la alfombra, en el hueco que se forma entre el refrigerador y la pared, detrás de los cuadros, dentro de los interruptores, en el estanque de la taza del baño, en los tazones multicolores de los desayunos generosos, entre la ropa sucia y dentro de mis zapatos.

Pero no encontré nada. Ni siquiera huellas.

El maldito gnomo había huido y yo quedaría frente a todos como un loco.
 
Por Gabriel E. at 10:17 | Permalink 1 comentarios

Punto de vista
28.7.08
- Mamá, en el jardín había una paloma que casi logré atrapar.

- No lo hagas, porque son como los ratones.

- Pero nunca he visto un ratón.

- Lo único que te puedo decir Josefina es que las palomas son como ratones con alas.

- ¿Tan lindos son los ratones?
 
Por Gabriel E. at 13:42 | Permalink 0 comentarios

Te propongo
4.7.08
Llamó tantas veces sin obtener respuesta que se fue con la desolación a cuestas por la calle corta que termina en el acacio apolillado.

Las asas de la bolsa malla tirillenta habían hace rato quedado desnudas del plástico que las cubría y sólo el ovalado alambre medio oxidado le servían para llevar la carga, dejándole hondas hendiduras en las manos que se confundían en ese mar de arrugas.

Y si hubieran abierto la maldita puerta...

La muerte, como dicen, andaba paseándose a la vuelta de la esquina y no le perdía el rastro a nadie, ni siquiera a los que creían ser los más precavidos, porque no se trata simplemente de cruzar con cuidado la calle, de no comer tanta porquería, de rezar constantemente el rosario y los padres nuestros; ni siquiera es cosa de evitar la oscuridad y de no subirse ni a buses ni aviones, o de tomar una pastilla crónica de por vida.

Menos evitar los gatos negros -los pobres gatos negros- o no pasar por debajo de las escaleras o dejar el paraguas siempre bien cerrado dentro de la casa.

Llega el último suspiro sin dejar siquiera tiempo para decir "mierda, me muero", y todo por culpa de la esperanza, la misma que envalentona a los héroes para jactarse que siguen vivos.

La tragedia es tragedia siempre. Conforma a los creyentes y atormenta a los incrédulos, que se resquebrajan la cabeza mirando su reloj, maldiciendo al mundo entero porque todo ocurrió en un segundo y no dos antes, o dos después, o por el paso mal dado, por la bendita vereda levantada, por la tapilla de la bota, que justo en ese lugar, y qué desazón, ni 50 centímetros más allá o incluso 20 más acá.

Las miradas ven que se desploma. Primero cae de rodillas y luego se va de bruces contra la vereda. Se le desarma un poco el moño blanco y queda finalmente tendida sin quejarse.

La bolsa cae abierta y deja escapar objetos varios que viajaban asfixiados: una peineta, una malla con tomates, un chaleco viejo, una lámpara desarmada. Y también una pelota pequeña de colores vivos que comienza a correr por la cuneta.

Llegan a ayudarla y la sientan a la sombra del acacio, pese a que está nublado y empieza a oscurecer.

Y la pelota sigue corriendo como si huyera de la escena. Atraviesa la calle y es mordida por el neumático de un automóvil, que no alcanza a reventarla, pero que la lanza lejos, calle abajo. Cuando ya comienza a detenerse despierta el interés de un niño de tres años que suelta la mano de su madre distraida y se lanza sin pensarlo a atraparla, como si se tratara de un tesoro.

Un taxista viene sin pasajeros tarareando una canción y se encuentra con el pequeño. Frena y le grita un par de cosas a la joven que tras una carrera torpe lo mira con una risa de espanto y el color propio de la vergüenza. Lo divisan a mitad de cuadra y llaman su atención con un silbido. Avanza y se estaciona.

Una mujer anciana, muy pobre, que se había desmayado, se rompió la boca y había que llevarla a la posta. El hombre aceptó subirla sólo si le aseguraban que no estaba tan mal y si le pagaban por adelantado. Tampoco quiso que se sentara así no más, porque su tapiz -dijo- era nuevo.

Una vecina se ofreció para acompañarla y trajo una frazada. La pusieron extendida en el asiento. En la radio del auto sonaba una canción de Sandro, de eso no me olvido. Dos vecinas y un señor que pasaba por ahí habían recogido las cosas y las habían vuelto a meter a la bolsa. Ahora ayudaban a la mujer a ponerse de pie para avanzar hacia el auto. Caminaron lentamente, y con la misma velocidad la hicieron entrar por la puerta trasera.

Una punta de la lámpara que sobresalía de la bolsa que en ese momento cargaba el hombre tocó la pintura del auto e hizo un ruido de esos que destemplan los dientes. El taxista, que se había mantenido indiferente se bajó indignado y los insultó a todos.

Y el crujido vino mientras le pasaba la manga de su chaleco a la carrocería para tratar inútilmente de aminorar el daño visual. El acacio apolillado se le vino encima y lo destrozó contra su propio auto.

Y sólo entonces, con el alboroto que los sacó a todos a la calle, se abrió la puerta aquella, la causante de todo, y en el aire se oía:
''yo no te propongo ni el sol ni las estrellas, tampoco te ofrezco un castillo de ilusión...''
 
Por Gabriel E. at 22:00 | Permalink 0 comentarios

La Mentira
24.6.08
La verdad es que es un murciélago, con sus alas perfectas, sus colmillos y hasta su sombra. Me produce una sensación de temor y me transporta a una vivencia antigua que no logro esclarecer.

Su posición es desafiante y agresiva. No teme, mas sabe que le temen y pareciera a punto de abalanzarse sobre quien se le ponga en frente.

Es una especie de demonio que pareciera encarnar en su forma atolondrada sentimientos de odio y maldad infinitos.

Su imagen me incita a sentir frío y me invita a salir corriendo, pero no puedo, no debo, tengo que quedarme y superar todo esto, aunque cueste, aunque sea un martirio y me produzca sufrimiento.

-¿Qué ves entonces en la imagen?

- ¡Ah!, veo flores y un campo muy bonito.

-¿Dónde las ves exactamente?

- Aquí, al lado de los peluches.

- ¿peluches?

- Sí, por acá, ¿ve?
 
Por Gabriel E. at 02:37 | Permalink 0 comentarios

No, gracias
14.5.08
"No, gracias", le dije y seguí caminando como si nada, pero me siguió, hasta acá mismo, hasta la puerta de mi casa y volvía a insistir mientras yo sacaba la llave para abrir.

Me vi en la obligación de repetir mi frase, pero con mayor énfasis y mirando fíjamente sus ojos, casi de modo desafiante: "no, gracias".

¿Tara mental?, ¿desconexión con el mundo?, no sabría definirlo, porque de verdad esa tuzudez escapaba a todo intento racional por dejar hasta ahí no más el asunto.

Debí recurrir entonces a lo irracional y a prestarle un poco de atención. Entonces escuché atento y sin interrupciones todo su discurso, y pude ver el alivio que este personaje sentía, no de hablar conmigo, sino que por cumplir una especie de misión.

Y me preguntó entonces si creía, y le dije que sí, que creía en Jehova, y que al mismo tiempo le temía, porque la verdad es que había dedicado mi vida al culto de Satanás, el ángel rebelde, y a los argumentos de éste para reclamar, como fuera, los derechos que su severo padre le había negado eternamente...y justifiqué los males del mundo como una opción guerrillera en una especie de panorama político celestial.

"Es más, creo que he llegado a comunicarme con Satanás en una especie de altar que construí en el living de la casa. Si gustas entras y te muestro..", le dije con una normalidad que contrastaba con sus ojos de huevo frito y con un seco "no, gracias" que me dio como respuesta.

Y sólo Dios sabe cuanto alivio me produjo ver cómo se alejaba a paso acelerado y desaparecía en la esquina para siempre de mi vista.
 
Por Gabriel E. at 21:30 | Permalink 0 comentarios

Cascarón
15.2.08
En la secta bajo cuyas enseñanzas crecí, los tipos que habían sido “malos” en la vida no se iban al infierno a mirarle los cachos y las patitas de chancho al “mandinga”, ni a vivir bacanales orgías mezcladas con risibles hechos de sangre.
Todo lo contrario, a los malandrines –decían esas enseñanzas sin libro de por medio- los encerraban en cascarones negros.

Ni contacto con el exterior ni nada, simplemente los mandaban a los cascarones estrechos y oscuros, cual genio esperando toda una eternindad su oportunidad de salir para convertirse en suche de algún depravado frotador de botellas.
El tipo del cascarón, en cambio, está sumido en la oscuridad, en el silencio, en una calma fría y angustiante, solamente pensando.

Pensando en lo que sea, quizás, tratando de recordar la luz para no olvidarla, recreando episodios de libertad… en resumen, lo que haría un muerto si pudiera pensar, pero estando perfectamente consciente, en ese supuesto estado espiritual que sustenta la religiosidad.

El instinto ovíparo, aunque somos mamíferos, nos dice que quizás ese cascarón debe romperse y que entonces se volvería a vivir, una especie de “renacer”. Pero algo así suena como una triste esperanza de cuento feliz. No, el maldito del cascarón pensará y se quedará ahí para siempre, en la soledad absoluta dentro de su compacto recipiente, el que seguramente, y de manera paradójica, tal vez fue pensado para estar junto a otros cientos, miles, millones, pegados unos a otros…

Una masa de cascarones pensantes e independientes, de tipos malos o que lo fueron al menos, todos muy solos pero unidos, generando en una de esas una vibración general, un mensaje único que quizás logre ser captado sutil e inconscientemente por los vivos, así como las buenas intenciones divinas, traducible, en este caso, a tres simples palabras: “sáquenme de aquí”.
 
Por Gabriel E. at 14:35 | Permalink 0 comentarios

Le caí bien al tal Rebeco
10.7.07
No dejó de hacer la maldita mueca, y se retorcía sin sacarme los ojos de encima a sabiendas que me iba a quedar mirando hasta donde me durara la puta paciencia.
Y seguía, y dale, y que otra vez, y versión con la lengua afuera, y simulando ojos cerrados, y cada vez que lo hacía se carcajeaba, y yo ahí sentado, con cara de nada, sonriendo a veces, sobre todo cuando su madre me miraba y me decía, “¿es hincha pelotas mi hijo ah?”, y yo respondía que no – hipócrita como siempre en estos casos- y para aportar algo agregaba que “así son los niños”, y lo miraba y ya estaba de nuevo echándose papas fritas por montones hasta formar dos globos enormes con los pómulos hasta que me observaba fijamente otra vez y luego empezaba a carcajearse desde muy adentro, hasta casi ponerse morado, y sin darme tiempo de reaccionar emitía una risotada tipo volcán y me caía una lluvia de papas fritas molidas algo baboseadas en la cara.

“¡Rebeco, córtala!”, le decía ella al monstruo cachorro ese de nombre indefinido… es que nadie puede llamarse “Rebeco”… pero él sabía que yo estaba en desigualdad de condiciones, porque mi novia demoraba horas en el baño…
Yo la imaginaba mirándose en el espejo, y ella, ¿me imaginaría acaso jugando con Rebeco?.

Lo dudo, porque hubo tiempo suficiente para que de las muecas pasara a los juguetes mientras su madre extendía su verborrea con otras amistades que estaban pendientes de todo y de nada al mismo tiempo, y a Rebeco parece que finalmente le caí bien, porque trajo junto a mí uno a uno todos sus juguetes… el problema es que cualquiera que me interesara me lo quitaba, entonces, ¿para qué me los traía el mocoso de mierda mañoso, si me los iba a arrebatar?.

Eso estaba pensando cuando me pasó un muñeco de goma de no sé qué serie gringa, y un minuto después me lo quitó de un tirón tan fuerte que me pilló desprevenido y claro, cuando lo solté el pequeño demonio perdió el equilibrio y pasó de la algarabía descontrolada al llanto desproporcionado tras caer de poto apoyándose a duras penas con las manos.

Y mi novia no volvía del baño y el papá de Rebeco, que siempre me había hablado poco y ya estaba un poco pasado de copas, parece que sacó personalidad, y de la peor, confirmando todos los prejuicios en su contra, y empezó a encararme con gesto facial de pescado que por qué había maltratado “al niño”, y la madre de éste, su pareja también, le inisitía en que Rebeco no cayó tan fuerte, pero eso más indignaba a Rebeco grande, que olía como la gran mierda –hay que decirlo- porque me mareaba con su tufada trasnochada y yo parece que tratando de calmarlo más lo sacaba de quicio, lo cual no era novedad, porque de verdad, parece que tengo esa capacidad de descontrolar sin hacer demasiado.

En eso estaba cuando mi novia salió finalmente del baño para salvar la situación, pero lejos de calmarse, al observar el cuadro se puso colorada y empezó a insultar y a recordar hasta la maternidad más entrañable de Rebecote padre, quien sólo de bien educado –de lo mal educado que era- no arremetió contra ella. “Menos mal”, pensé cuando iba cayendo luego de recibir de parte de él un gran combo que me dejó grogui, porque si la hubiese tocado a ella, la historia “habría tenido otro desenlace”.

Y mientras Rebeco lloraba con cierto placer, mi novia de no sé donde –es lo que recuerdo en medio de imágenes borrosas- sacó un repertorio de insultos y las emprendió contra mi “victimario” con un cenicero de cobre, que lo dejó Grogui también, y la mamá de Rebeco se metió al baile y le llegó en el rostro un platazo de loza que además de expandir ramitas en todo el lugar y de desatar los gritos histéricos pero inútiles de las contertulias, le gatilló una hemorragia nasal de esas que ya se ven poco y que en épocas remotas se solucionaba sacando el infaltable pañuelo de género y haciendo que el o la afectada miraran bastante rato hacia el cielo.

Al ver todo este episodio, intenté ponerme de pie, pero me caí, y al segundo intento también, mientras mi novia improvisaba el truco del pañuelo con toalla Nova, con la ayuda de las atónitas y poco diligentes demás invitadas. Y Rebeco, con los ojos aún brillantes, dejaba de llorar, me miraba, y se reía, casi sin importarle que su padre siguiera ahí tirado, pero por la resaca más que nada, porque deben haber pasado eternos dos minutos y el hombre roncaba sobre la alfombra… y Rebeco tras mi tercer intento volvía a carcajearse… parece que sí, efectivamente, yo le caía muy bien.
 
Por Gabriel E. at 23:44 | Permalink 0 comentarios

Insultos lejos de las sombras
26.6.07
Soñé hace muy poco que iba a buscarte y no solamente no estabas, sino que te habían llevado a otro lugar. Como se trataba de un sueño, no tardé en llegar allí y entré a una especie de casa antigua muy amplia y de pasillos anchos y lúgubres, donde la penumbra lo invadía todo.

En cada habitación oscura habían tres camas muy distantes unas de otras sólo con sábanas blancas que cubrían completamente a personas que murmuraban pero que no asomaban ni siquiera por curiosidad la punta de la nariz para ver quien era el extraño.

Miré tres cuartos y en cada uno de ellos se repetía lo mismo. Y no era necesario indagar en cada una de las camas para saber que tú no estabas ahí.

Desperté más tarde con la confusión a cuestas, pero con el inexplicable alivio de saber que no debía buscarte en las sombras. Por eso fue, y no por otra cosa, que te llamé de madrugada... y debo admitir que fueron los insultos más tranquilizadores y esperanzadores que he recibido en toda mi vida.
 
Por Gabriel E. at 02:33 | Permalink 0 comentarios

Mi párrafo para el Transantiago
30.5.07
Y cuando vi a toda esa gente apretujada, con cara de resignación y pena, quise pensar en la humillación colectiva de la que éramos objeto, en la poca visión de las autoridades para encontrar una solución a todo el asunto aquel ya tan manoseado por todos, política y literalmente, y en la triste circunstancia del que estaba obligado sin querer a tener que ser parte de todo esto, lo que a todas luces era absolutamente analizable de no ser porque la señora rellenita del asiento que estaba pegado a mis rodillas quiso ponerse de pie porque en la puerta venía apareciendo una joven con un niño en brazos y para más remate –sí, para más remate- traía consigo un embarazo de esos que si la micro frenaba, podríamos haber quedado todos embadurnados con placenta fresca, lo cual sin embargo y gracias a Dios –o a lo que debe quedar de él- no sucedió y continuamos el viaje con un chofer que gritaba con voz de payaso callejero “señora avance para atrás” y podíamos oír la respuesta de la mujer que decía con un tono suave pero retumbante que no se podía avanzar más, y la réplica del conductor que insistía en que “si avanzan los del medio cabe más gente”, y todo porque tenía que detenerse una cuadra más allá para hacer subir –no sé como- a un tropel de gente que le reclamaba que llevaba una hora esperando, recibiendo como contestación un “mentira señora”, mientras que un señor respetable también le reclamaba que ningún bus paraba, obteiendo como respuesta un tajante “yo sí paro”, como si a la gente le importara que este tipo, sí, justo este, el de la micro más desprovista, fuera el mejor ejemplo de eficiencia ciudadana, posiblemente para quedar bien con la embarazada, cuya barriga me estaba comenzando a presionar, para que ella pudiera disfrutar de la buena voluntad de los amables pero dormidos pasajeros con asiento que a esa hora se dirigían, como todos los días, al sur de la ciudad luego de una extenuante jornada de trabajo reflejada –por desgracia- en ese aroma tan propio de las axilas humanas, que me tenían ya al borde del colapso y con la misión complicada de tener que bajar en unas pocas cuadras más allá, debiendo sortear la mujer encinta, la señora que se puso de pie, el hombre del traje café, la estudiante universitaria, el tipo de corbata, las escolares de cabello de colores, el niño comiendo maní, los nuevos pasajeros que pasaban su tarjeta Bip haciendo el ruido desinflado de de corneta de cumpleaños, y tantas otras cosas que me gustaría comentar pero no puedo porque me tengo que bajar.
 
Por Gabriel E. at 14:32 | Permalink 0 comentarios

Me vi mirándome
23.5.07
Era yo mismo buscándome desesperado yendo de un lado a otro en el andén. Entre medio del tumulto me quedé quieto y cubrí mi rostro con la bufanda, porque definitivamente no debía encontrarme. Para qué ahora, tan tarde, tan sin sentido.

El tren se oía venir y sentí mi propia desesperación en ese ser ya visiblemente agotado que luchaba inútilmente por hallarme. Me dieron ganas, lo admito, de levantar los brazos y facilitarle las cosas, de permitirle conseguir lo que buscaba, de dejarlo descansar, porque su cansancio también era el mío... pero era una búsqueda inútil, un despropósito absoluto, porque ese yo no tenía derecho a hacerme cambiar de parecer, a hacerme razonar, a modificar lo que ya no había cambiado.

Y entré al carro, a empujones, y quedé presionado contra la puerta que da hacia la vía, casi sin poder moverme, pegado a la ventana. Fue entonces cuando me vi mirándome con el desconsuelo más profundo por el tiempo que no se recupera, con una mirada oscura que me señalaba claramente que no habría otra oportunidad, que todo no sólo había sido inútil, sino que al mismo tiempo doloroso e irreversiblemente perjudicial.

El tren comenzó su marcha y yo, no yo mismo sino que mi perseguidor, me quedé parado estático, como no queriendo resignarme a mi fatal suerte de quedarme rezagado, esperando algo para siempre en esta estación convulsionada; yo en cambio, el fugitivo de mí mismo, había logrado sacarme por fin el peso enorme de no atreverme a subir de una vez al carro y aventurarme hacia la próxima estación.

No olvidaré nunca la mueca de ahogo de mi propia cara pegada a ese vidrio, que desapareció para siempre en ese convoy que se sumergió raudo en medio de la oscuridad.
 
Por Gabriel E. at 23:05 | Permalink 0 comentarios

Zona de curvas
6.2.07
Escribí un cuento completo sobre la amputación de mi propia mano por raras circunstancias, una mano que después cobraba venganza y aparecía dando golpecitos en la ventana. Pero quedó una historia tan aburrida que la suprimí sin asco ni cargo de conciencia. Tiempo y párrafos tirados a la basura.

Me enfrasqué entonces en la historia de un tipo que no tenía destino, que vivía como planta y que comía solamente en el Mc Donald's. Que vida miserable, también borré aquello, aunque era una historia de aquellas odiables, con final feliz y todo.

Y me quedé luego pensando en la maldita inmortalidad del cangrejo, pero más que en eso, en el origen de una estupidez tan ridícula como que un cangrejo puede ser inmortal; y me atacó al mismo tiempo la angustia de mi propia ignorancia, de haber dejado pasar tres décadas y media sin saber qué quisieron decir con eso que los cangrejos no mueren nunca.

La mente me quedó entonces en blanco, y sólo tuve espacio neuronal para constatar aquello que alguna vez hablamos, que la felicidad es un pésimo estado de ánimo para que los dedos corran sin detenerse sobre el teclado.

Pero no me voy a preocupar tanto del asunto, porque bien sé que estar feliz es como conducir a 130 kilómetros por hora en una zona de curvas pronunciadas, con una ancha sonrisa, la música sonando muy fuerte, y rodeado de acantilados profundos.

Y no sabes cómo disfruto no caerme del camino...
 
Por Gabriel E. at 14:30 | Permalink 0 comentarios

No me quiero ir
9.1.07
Me gustaría que te fueras y que no volvieras nunca. Pero aquí estás y no logro exorcizarte. Te apoderas de mis sueños y muchas veces de mis actos, haces que yo aparezca frente a todos como un perfecto idiota y puedo sentir tus carcajadas recorriendo mis entrañas.

No es justo. Siempre recordaré el día que te conocí. Se suponía que era sólo un juego. Ahí llegaste y te presentaste amablemente. Nos saludaste a cada uno, pero a mí me viste débil, tan débil, que te interesé de inmediato.

Yo también me interesé en ti, en tu historia, y todos notaron que entre nosotros había una conexión inexplicable. Como cada viernes, nos encontrábamos, muy tarde, a la luz de las velas y jugábamos a extender cada vez más el límite hasta el que podíamos llegar.

Todo ha cambiado tanto desde aquel día nefasto. Admito que en un comienzo me dejé llevar por tus señales, por tus avisos, por el frío que lo inundaba todo. Aquí estás, decía yo en medio de la noche, cerrando los ojos para facilitar aquel contacto, en que podía ver lugares, rostros y vivencias que no eran parte de mi entorno.

Ahora eres capaz de decir lo que no quiero, y debo luchar para distinguir si algunos de mis actos o intenciones están bajo tu influencia. Al menos no has logrado inmiscuirte en lo que escribo, donde tengo plena certeza que soy yo, sólo yo.

Ese viernes, a diferencia de los otros, hiciste caso omiso a nuestra despedida. “No me quiero ir”, fue el mensaje que nos diste y que nos dejó a todos mirándonos perplejos. “Quédate entonces”, dijo Luis con ironía, sacándonos a todos una carcajada que distendió el ambiente.

Y en eso estábamos cuando el vaso de la ouija se volteó bajo nuestras manos y rodó hasta caer y hacerse trizas en el suelo. En adelante tengo recuerdos borrosos de ese aire frío, cada vez más frío, que comencé a respirar, y de esa risotada maldita que empezó a sonar en mi cerebro, y que sigue sonando aún dentro de mi cabeza, y que te esfuerzas por hacer más estruendosa en la medida que sigo escribiendo todo esto.
 
Por Gabriel E. at 15:04 | Permalink 0 comentarios

La insolencia
2.1.07
Le mandaron llamar el apoderado porque había insultado a su compañera en medio de la clase. No había querido prestarle el sacapuntas, y por eso ella lo tomó del brazo y le dio un fuerte pellizco; él, con el enfado a cuestas, la apartó sobándose el dolor y le gritó “¡puta!”.

El problema es que su dolor lo vivió solo y el insulto, en cambio, lo hizo de público conocimiento, llegando incluso a oídos de la profesora.

La señorita Celia era una mujer joven y algo feminista. Por eso no iba a dejar pasar, bajo ningún pretexto, que un niño se atreviera a tratar así de mal a una mujer, “qué se ha imaginado este mocoso, humillando a una mujer en público, machismo que hay que desterrar de una buena vez”.

Elías –como el profeta- fue castigado sin violencia física. Eso habría sido además motivo de escándalo y de expulsión inmediata de la maestra. En cambio, ésta última no halló nada mejor que llevarlo junto al pizarrón y comenzar una especie de juicio frente a todos los alumnos.

“Quiero que sepas Elías, que lo que acabas de hacer ha estado muy mal y le debes una disculpa a Raquel por haberla llamado de ese modo, porque la forma en que la trataste es inaceptable”, dijo ella con el tono característico de sus clases.

Pero él se defendió. “¡Ella empezó, no le quise prestar el sacapuntas y me pellizcó fuerte!”, respondió, al tiempo que se levantaba la camisa para mostrar la evidencia. Pero a diferencia de otros pellizcos, este había sido sin las uñas, abordando una zona amplia de piel, lo que sumado a su tez morena hizo que no quedara rastro alguno de la agresión.

Y con rostro de incredulidad y de batalla ganada, la señorita Celia volvió a la carga: “y además nos estás diciendo a todos, que lo que motivó todo esto fue tu egoísmo. Éstas son las actitudes que aquí vamos a evitar a toda costa”.

La profesora ignoraba sin embargo que la vez anterior que Elías le pasó su sacapuntas a Raquel, ella no quiso devolvérselo de inmediato y que, más tarde, cuando todos habían salido a recreo, le ofreció devolvérselo a cambio de un beso, cosa que a él lo ruborizó y a ella le hizo ganar un sacapuntas nuevo.

Obviamente, Elías entendía también que toda la agresividad de su compañera no eran otra cosa que honestas y evidentes declaraciones de amor, porque a esa edad y cuando se cursa el primer año básico, aquello del “quien te quiere te aporrea” es parte del día a día.

Por esa razón, por la propia vergüenza que le causaba el asunto, y también para no humillarla, prefirió guardar silencio. Y aunque su rostro estaba rojo de rabia y al borde de las lágrimas, finalmente aceptó disculparse públicamente con Raquel, que lo miraba con su sonrisa pícara y los ojos bien abiertos y brillantes.

Lo que venía era simple burocracia: La anotación en el libro y la comunicación en la libreta para que su madre concurriera al día siguiente, a eso del mediodía, a conversar sobre el asunto.

Paula, la mamá de Elías, llegó puntual a la cita y escuchó atentamente el discurso de la señorita Celia, quien reservaba siempre los minutos finales para mandar llamar al alumno en problemas, tal vez para que desde niños aprendieran que sus actos podían poner en aprietos a sus propias familias.

Pero apenas llegó el pequeño, la progenitora se adelantó a cualquier cosa y le dijo: “Elías, la señorita Celia te quiere explicar qué es una puta”.

- ¡¿Cómo, no sabe qué es eso?! – replicó la maestra descolocada- ¿no le han enseñado?.

- No le hemos enseñado nada de prostitución en casa, por eso esperaba que usted le dijera de qué se trata para que no lo vuelva a repetir –dijo Paula con tranquilidad y parsimonia.

“Yo no estoy para eso, discúlpeme”, dijo la profesora abrumada, recibiendo un “yo tampoco”, de parte de la apoderada, que argumentó que todos esos insultos los había aprendido dentro de la escuela y no en su hogar y que por lo tanto correspondía al establecimiento hacerse cargo.

Finalmente, la señorita Celia cedió y poniéndose a regañadientes otra vez en su rol de educadora, le explicó al pequeño que “puta” es la manera insultante de llamar a las prostitutas, que son trabajadoras sexuales que por lo general ejercen su oficio de noche, que se arreglan mucho y que se ganan la vida saliendo con distintos hombres.

Y hasta ahí no más llegó el tema, porque sonó el timbre, y la maestra optó por sacarse ese bulto, resumiendo rápidamente que el rendimiento del niño había estado bastante bien, que se llevaba de maravilla con los demás compañeros y que su conducta, salvo este incidente, era regularmente buena. Luego se puso de pie, tomó su cartera, se despidió con una sonrisa fingida y se escabulló por un pasillo lateral de la dirección.

El domingo, tres días después de este episodio, y cuando caminaban en silencio de la mano en medio del parque, Elías preguntó: “Mamá, ¿tú eres una puta?”.
 
Por Gabriel E. at 14:28 | Permalink 0 comentarios

Bájate con el casco puesto
28.12.06
Era casi una salida como cualquier otra. Obviamente con un claro acento en la contingencia: Augusto Pinochet regresaba desde Londres en un Boeing 707 de la FACh por una ruta desconocida, para evitar que nuevamente fuera detenido.

Y quien mejor que el comandante en jefe de la institución, ese día nuestro anfitrión, para entregar detalles sabrosos de aquel viaje misterioso que tenía intrigado a todo Chile y al mundo entero, sobre todo por su permanente contacto con el piloto encargado de tal travesía.

El propio "CJ" era el que piloteaba esa mañana el ruidoso Hércules C-130 con destino a Antofagasta. Era un espectáculo raro: Un avión de carga con asientos de aerolínea común y silvestre e incluso con azafatas repartiendo dulces.

Llegó entonces el momento del sorteo. Cada uno de los periodistas que íbamos ahí llenamos un papelito con nuestro nombre y lo metímos a una bolsa transparente, como aquellas que usan las señoras de la feria para envasar el repollo recién picado. Había otra bolsa igual para las mujeres del grupo.

Bastó sólo un minuto y el asesor de prensa de la Fach se acercó y me dijo: Saliste sorteado y vas a volar en un Mirage Elkan. Me acuerdo que a la colega de una radio le tocó el mismo 'premio', pero en un F-5.

Admito que me dio miedo. No tanto por volar -ya iba volando de hecho-, sino porque quizás iba a tener pánico escénico y podía protagonizar un indigno espectáculo. Es que hasta algunos juegos de Fantasilandia me producían y me siguen causando bastante vértigo.

Y aunque mi 'sustituto' en caso de no sentirme capaz de subirme a esa turbina con alas estaba ya elegido, mi orgullo me decía que no podía tampoco ser tan cobarde de desistir simplemente porque, quizás, iba a tener una vergonzosa reacción de "no gracias, me voy". El resultado: dolor de guata los 45 minutos que faltaban para llegar a la base de Cerro Moreno.

Llegamos y a los dos "elegidos" nos aislaron de inmediato. Carmen Gloria -así se llamaba ella- partió al Grupo de Aviación número 7 y yo me fui al Grupo 8 con un par de oficiales.

El tiempo estaba calculado de manera precisa y había que actuar con celeridad. Ingresé a una especie de camarín y me pasaron un traje de piloto. El único problema es que los aviadores de verdad son grandotes y se veían bien; yo en cambio, más bajo que ellos, figuraba gracias a ese mameluco azul con un par de piernas que, con suerte, medían 20 centímetros; en cambio, exhibía un tronco amorfamente gigante.

Me salvó luego una especie de faja que va entre las piernas y que se amarra a la cintura, lo que me hizo recobrar a ojos de todos mis extremidades inferiores y la confianza de no hacer el ridículo.

Luego vino la elección del casco. No todos eran iguales y de hecho estaban hechos para distintas cabezas. Tenían los nombres de combate de sus dueños, algunos bastante divertidos y generalmente alusivos a la violencia o a los comics. Creo que finalmente me quedó el de 'Varitek' que emulaba las naves de la serie Robotech que daba Canal 13 por las tardes.

El piloto a cargo del biplaza al que me iba a subir era un capitán cuyo nombre de combate era 'destructor'. Él me iba explicando una serie de indicaciones mientras caminábamos hacia la losa de la base aérea. Era un día radiante, cerca de las 11:00 de la mañana, y ahí estaba el avión, siendo preparado por un par de operarios con trajes verdosos con camuflaje desértico, chalecos reflectantes color naranja, anteojos oscuros y protectores de oídos.

Subí por una escalerita y me instalé en la parte de atrás de la cabina. El asistente me puso un cinturón de ocho puntas y el piloto me indicaba para qué servían un montón de cosas. "Puedes afirmarte de donde quieras, pero esto no lo toques por ningún motivo", me advirtió, señalándome una especie de asa de lona como de salvavidas viejo que se ubicaba entre las piernas. Era el 'eyector'.

Para mayor convencimiento me contaron la historia de un mecánico que una vez logró ir de acompañante a un ejercicio de combate, y que por aferrarse a esa cosa salió disparado y tuvo que ser rescatado varias horas después y bastante magullado desde el medio del desierto, tras caer no suavemente, con asiento y todo, con un paracaídas de emergencia.

Recuerdo que también me amarraron las botas -que para variar me quedaban gigantes- al sistema de eyección, simplemente para que, en caso de emergencia, mis piernas se desplazaran de un sólo tirón hacia atrás y no fueran mutiladas por el tablero al momento de salir volando. "ok -pensé-, es seguridad".

Luego me conectaron el traje 'anti G', el aire de la mascarilla, y me pusieron el casco. Ahí comencé a mantener un diálogo abierto con el piloto que estaba sentado un metro y medio adelante y a quien con suerte apenas le podía divisar parte del casco. Se cerró la cabina, se encendió el motor y el Mirage comenzó a carretear por la pista. "Ya nada que hacer", me dije, aunque la incertidumbre de lo que pasaría dos minutos después seguía siendo eso, incertidumbre pura.

Era como andar arriba de un bus, hasta que llegamos al cabezal. Ahí el avión giró y se ubicó frente a una pista perfectamente solitaria. yo no podía verla 100 por ciento de frente, pero tenía una pantalla verdosa al lado inferior derecho con algunas rayas, como los simuladores de vuelo de computadores que incluía una imagen de TV de lo que había adelante.


"Siempre, antes de partir, se aplica full potencia para chequear que todo está bien y luego se acelera", me explicó por el interno el capitán, al tiempo que el caza comenzaba a estremecerse y a vibrar enérgicamente por la potencia in crescendo de la estruendosa turbina en la que literalmente estábamos montados. Daba la sensación que el avión se levantaba un poco por la cola, como cuando el auto está con el freno de mano a full y se le dan algunas aceleradas.

De pronto, y luego de un momento de breve quietud, fue como que le quitara 'la pata al freno' y el aparato comenzó a desplazarse a toda velocidad. Era mi prueba de fuego, ¿me vendría el susto y le pediría que por favor me bajara?, ¿usaría de inmediato la bolsita que me habían puesto a un lado por si me daban ganas de vomitar?. Faltó tiempo para tanta interrogante, porque en un dos por tres el Mirage estaba en el aire, inclinado hacia el cielo, y sin darme cuenta, ya sobre el mar azul con la urbe antofagastina pasando por mi lado izquierdo.

Se pasaron los miedos, porque un fierro volador como ese no se altera con el viento, como a simple vista se aprecia que les ocurre a las avionetas que pasean en medio de la fuerte brisa en un día playero cualquiera, sino que en este caso se desplazaba -contradictoriamente- de manera muy pacífica.

Y comenzó el paseo. El aparato dio un giro y ya estábamos muy cerca de la Portada de Antofagasta, que yo conocía sólo por fotos y que aunque sobrevolé muy de cerca, todavía recuerdo como sacada de una enciclopedia, como si no hubiese sido yo el que iba allá arriba.

De pronto, mientras seguíamos dando un amplio viraje a la derecha, el piloto me dijo que tomara la palanca de mando, la que moví hacia un lado como si fuera un joystick. El estómago debe haber chocado contra mis costillas, porque la verdad es que era extremádamente sensible. "Yo lo tengo" dijo luego el capitán y retomó el control, al tiempo que comenzábamos a desplazarnos hacia el norte.

Fue ahí cuando aprendí a distinguir desde la altura la 'oreja de Chile', que es donde se ubica el puerto de Mejillones y que le sirve a quienes viajan con frecuencia al norte para darse cuenta más o menos cuanto les falta para llegar a Iquique o Arica. El piloto me explicaba que abajo, un poco más allá, había una playa que era bastante buena y que estaba de moda por esos días, además de una serie de detalles dignos de Turistel.

Giramos entonces hacia el este y nos internamos en el desierto. Íbamos bastante alto y se me indicó que aumentaríamos la velocidad. "¡Felicidades!, estás volando a 1,04 mach", me dijo minutos después el aviador, y constaté que era el número que aparecía en uno de los extremos de la pantalla y que equivalía a superar la barrera del sonido a una velocidad de casi 1.300 kilómetros por hora.


Yo miraba los cerros rojizos y grises del desierto y de pronto perdí la noción del movimiento. El avión estaba como suspendido en el aire, casi flotando y abajo nada se movía... pero era imposible que un pedazo de fierro con dos alas triangulares se mantuviera suspendido como diminuto ácaro juguetón buscando la nariz de un tipo alérgico una tarde de primavera.

Pronto comprendí que se trataba sólo del efecto de la inercia, ya que si bien habíamos llegado a 1,04 mach, bajamos violentamente a unos 600 kilómetros por hora sin que yo me enterara... menos mal, me había liberado del eyector.

"Ahora vamos a hacer algunas maniobras" dijo 'Destructor', y me adelantó que íbamos a clavarnos arriba. El Elkan dio de pronto un giro de 90 grados hacia el cielo y comenzó a subir perpendicularmente. Era la famosa fuerza G, cuando la gravedad de la tierra se multiplica y todo pesa más. Iba literalmente pegado al respaldo, con la sensación de tomarse la presión pero en todo el cuerpo, y apenas podía levantar el brazo.

"¿Vas muy apretado?", me preguntó el piloto como si nada y mi ahogada respuesta "¡más o menos!" debe haber sido suficiente como para suavizar la trayectoria y modificar la maniobra, dando un par de giros que nos dejaron volando de cabeza por varios segundos. La verdad es que no era muy distinta la sensación de volar así o de manera normal y por eso abrí bien los ojos para recordar bien ese momento, aunque la maldita memoria igual me hace recrear todo eso como si estuviese viendo un video de mí mismo.

"Ahora vamos a volar como en los entrenamientos que hacemos regularmente", señaló el capitán, diciéndome que mirara en la pantalla una especie de cruz, bastante más rudimentaria que la que aparece en los juegos de video y que era la mira para señalar blancos en tierra para ser bombardeados.

Entonces, bajó la altura -que no es lo mismo que la altitud- y empezó a internarse en medio de los cerros. Eso fue más emocionante, ya que a pesar que íbamos con suerte a la mitad de la velocidad que habíamos alcanzado más arriba, tener como punto de referencia montañas que pasaban raudamente por ambos costados y un piloto que debía esta vez maniobrar en medio de éstas, obviamente aumentaba mucho más la adrenalina.

Y casi sin darme cuenta, habíamos desembocado por una especie de quebrada nuevamente sobre el mar, llegando el momento de volver a la base y proceder con el aterrizaje, que se efectuó sin inconvenientes, aunque con una frenada brusca ayudada por un paracaídas trasero que nunca vi.

El Mirage Elkan biplaza volvió a carretear, esta vez hacia el punto donde estaban mis colegas y varios camarógrafos que no sé para qué grabaron la llegada si ni siquiera ofrecieron la cinta como recuerdo, y menos la iban a pasar en el noticiario.

Cuando se abrió la cabina (creo que algunos le dicen también carlinga) tomé conciencia que los pilotos son realmente tipos vanidosos, hasta sobrados diría, ya que el capitán se me acercó y me dijo: "bájate con el casco puesto y te lo sacas abajo, se ve mejor". Yo obedecí, total...

Y ahí estaban todos, y mis amigos -para variar- los más apostilladores, porque se encargaron de hacer notar que me había bajado blanco, y que casi estaba listo para subir a una ambulancia.

Vino más tarde una merecida Coca Cola bien helada -ver post anterior- en una especie de casino, aún disfrazado de piloto junto a mi colega del F-5, en compañía del entonces comandante en jefe y su jefe de Estado Mayor, quienes bastante risueños preguntaban cómo nos había ído. Y 'Destructor' partió diciendo que casi había sido sólo un "turis Fach", aunque al menos reconoció que habíamos hecho una maniobra con 'G' no sé qué número (dos o tres, no me acuerdo), luego una vuelta que tampoco recuerdo, para terminar en otra figura que, para ser honesto menos me acuerdo, pero que debe haber sido eso de volar de manera invertida.

La tarde siguió avanzando y las noticias también. el Tanquero Aguila, que era el 707 que traía a Pinochet, había aterrizado en una isla indetermimada y proseguía su viaje sin inconvenientes hacia Chile, esperándose su arribo para el día siguiente. Era un buen despacho para la agencia de noticias, sedienta de cualquier información al respecto.

Creo que nadie recuerda ese aniversario de la FACh del año 2000, aunque sí lo que sucedió al día siguiente, cuando un Pinochet que se suponía casi agónico, apareció en una silla de ruedas en el aeropuerto de Pudahuel, y como bien describió el titular del diario La Cuarta la mañana siguiente, "se levantó y anduvo".

Yo en cambio me acordé esta semana de todo ese episodio, cuando leí en un comunicado que la FACh daba definitivamente de baja todos sus Mirage M-5 Elkan del grupo de Aviación número 8 para reemplazarlos por los F-16 adquiridos a EEUU y a Holanda. Quien lo diría, el propio 'destructor', convertido hoy en el comandante de la unidad, fue el encargado del discurso de despedida en el que destacó que este avión cumplió más de 14.000 horas de vuelo, "superando con creces las expectativas depositadas en él”.

Y a mí, curioso también, me tocó estar en una sala de redacción para informar -basándome en ese mismo comunicado- el anuncio de la salida oficial de las naves, noticia que por cierto, pasó sin pena ni gloria, como aquel aniversario rimbombante en que, a pito de nada, me tocó volar de cabeza.
 
Por Gabriel E. at 14:27 | Permalink 0 comentarios

Pez lunático
7.12.06
Cuando las imágenes se me volvían difusas detrás de una cortina de agua, como si fuera un pez observando desde el límite de su hábitat la redondez perfecta de la luna llena, quise creer que todo era un sueño, y que estaba inmerso en la peor y más horrible de mis pesadillas.

A sabiendas de lo imposible, intenté entonces volver a vivir esos instantes detenidos en papel, a sentirme seguro detrás de un foco cuyo diafragma y enfoque demoraba en ajustar, impacientando a ratos a esos ojos celestes que capturé para siempre y que eran sólo para mí, y que son para mí todavía guardados en una caja que, de manera torpe, decidí volver a escarbar.

Quise entonces volver a creer que mi propia imagen vivía para esos dos puntos brillantes en medio de dos rayitas alargadas, quise tratar de entenderlo todo de nuevo pero sin entender nada, quise desaparecer y volver renovado, para tal vez engañarla, para simular ser otro, para empezar todo de nuevo, para yo también mirar distinto.

Todo eso quise, con la limitación de mi propia racionalidad que me recordaba que esos ojos sólo querían ahora reflejarse en otra parte, que me advertía que estaba perdiendo el tiempo, y que si no dejaba de lado el masoquismo, iba a terminar todos los días mirando el mundo como ese pez medio lunático, con la carga extra de una y otra vez tener que guardar todas y cada una de esas tantas fotografías que me hacían sonreír, pero con mueca de payaso triste.
 
Por Gabriel E. at 18:21 | Permalink 0 comentarios

La felicidad, a veces...
4.12.06

Yo repetía bastante seguido que la felicidad, a veces, podía ser una Coca-Cola bien helada. Con esto me puedo ganar, sin derecho a pataleo, el odio de quienes ven en esta marca los tentáculos del imperialismo, del sistema neoliberal, y el de quienes se declaran abiertamente detractores de Yanquilandia.

Tampoco quiero hacer aquí un acto publicitario, sobre todo porque no tengo intención alguna de contribuir con los oscuros fines corporativos de los ejecutivos de la gaseosa en Chile (y si alguien quiere discutir cuales son esos “oscuros” fines, que sólo baste con ver el color del producto, y nos evitamos suspicacias).

El asunto es que esa Coca Cola bien helada la recuerdo en una botella semi verdosa después de una jornada de paleteo playero bajo un sol intenso; en una lata semicongelada tras caminar varios kilómetros sobre una tierra que parece harina (trumao) al interior de Parral; o luego de regresar pedaleando en estado de estropajo hasta un camping en el lago Conguillio, tras haber alcanzado a duras penas el sector de “Sierra Nevada”.

Y claro, en esos episodios puntuales, el poco cristalino líquido con espuma café se convertía, al menos en un mínimo instante, en un episodio feliz, idiotamente feliz, pero feliz al fin y al cabo.

Es que la felicidad puede ser por cualquier cosa, por situaciones de intensidad extrema, por ejercicios de no casual densidad neuronal o hasta por la más sencilla estupidez.

La tristeza en cambio, pareciera ser más de fondo. Y si te sientes triste por cualquier cosa, será mejor que vayas al médico.

* Haz click sobre la imagen para verla ampliada. Fue escaneada del libro "Historia de los Campeonatos Mundiales de Fútbol", de Renato González, alias "Mr. Huifa" antes de la realización del Mundial de Chile el año 1962.
 
Por Gabriel E. at 14:19 | Permalink 0 comentarios

La luz verde
3.12.06
Vimos una estrella fugaz verde que caía en forma perfectamente perpendicular una noche de primavera. Pero la emoción terminó de inmediato cuando ella, que para mí encarnaba toda la magia, se empecinó en creer que se trataba sólo de una bengala.

Por eso no hubo deseos a consecuencia del meteoro, cuya existencia se atribuyó sólo a la supuesta travesura ilegal de un tipo cualquiera, que con una caja de fósforos Copihue en sus manos habría encendido una mecha para adornar con luz el cielo sin gracia de un firmamento pobremente estrellado.

Y aunque ambos vimos la misma luz, por alguna razón la vimos distinta, por alguna razón fue un brillo que iluminó distintos senderos, que seguimos hoy, y que nos llevan a lugares lejanos y muy distantes.

No hay vuelta atrás, la oscuridad es total, pero las mágicas estrellas fugaces pueden volver a caer en cualquier momento... y mis ojos estarán ahí para capturarlas, porque mi magia sigue intacta y porque, cuando se camina sin ver hacia donde, se puede llegar a cualquier lado.
 
Por Gabriel E. at 21:07 | Permalink 0 comentarios

Cerveza, buena
21.11.06
Y luego de criticarlo todo, me di cuenta que las personas me miraban con curiosidad. Ya ni siquiera sentían temor de mí, sino que, por el contrario, yo les hacía gracia.

Fue rarísimo. Pero cuando llegué a casa y fui al baño a mojarme la cara, el rostro que vi en el espejo era el de un monstruo. Yo era un monstruo, pensé y luego traté de gritar "¡¡soy un monstruo!!"... pero no pude.

Era un ser que ya no hablaba, sólo gruñía y emitía sonidos guturales. El gato nunca salió de su escondite debajo de la cama durante todo el rato que permanecí en el que había sido hasta entonces mi apacible hogar.

Salí a la calle, recorrí parques, caminé por plazas y la gente -eso pude notarlo perfectamente- fingía que yo era prácticamente invisible, pero me observaba con disimulo.

Todo cambió sin embargo la tarde que aquel indigente, quizás por sus rayaduras de vida, se sentó la lado mío y comenzó a hablarme de la familia que alguna vez tuvo. Me dijo que él también había sido un monstruo, pero que lo había logrado superar. Yo le respondía con ruidos raros.

En un momento, sacó una cerveza entre sus ropas harapientas. Toma, me dijo, es cerveza.

Yo lo miraba con desconfianza, no porque no entendiera, sino porque me daba un poco de asco la situación. Entiéndase bien, no era discriminación, pero si un tipo que está lleno de parásitos, con muy mal olor y con aspecto de que la última vez que entró a una ducha usó "Glemo en su cabello, a la hora del shampoo...", significa que podía ser algo complicado compartir la misma botella.

Pero él insistió, "es cerveza, y buena" y fueron tantas las invitaciones que al final bebí. Y la verdad es que la chela mala no estaba, además que al fin y al cabo yo era un monstruo, y no tenía por qué ponerme exquisito.

El asunto es que el tipo sacó otra, y otra, y otra cerveza, y yo, entre tanto alcohol, repetía y repetía "cerveza, buena". Y cuando llegó la hora de los sentimientos, el indigente me decía "¿somos amigos o no somos amigos?", y yo le conetestaba: "cerveza buena, amigo".

Cuento corto -para hacerla corta-, aprendí a expresarme otra vez, volví a casa y el gato, aunque ya estaba un poco flaco, esta vez no se escondió de mí y volvió a pedirme alimento, que es lo que hace un gato que ha extrañado mucho a su amo.

Yo le decía "gato, bueno, amigo". En fin, el tiempo me hizo hablar otra vez de corrido y también me ayudó a entender que, frente a la adversidad, convertirse en monstruo es lejos, el peor de los caminos.
 
Por Gabriel E. at 19:05 | Permalink 0 comentarios

El regreso tras la enfermedad
19.11.06
¿Será posible que una enfermedad mate sólo el alma de una pesona y tras la recuperación y convalecencia surja otra, completamente distinta?.

Lo vi una vez en una película, claro que en ese caso era un tipo que moría y cuya familia le pedía a una especie de doctor Mortis que lo reviviera. Este último dijo que sí, que era posible volver a reanimar ese cadáver, aunque no era lo más óptimo, tomando en cuenta que la esencia de ese ser ya se había perdido.

"No importa", replicaba una acongojada madre y Mortis puso manos a la obra, le aplicó unos humeantes líquidos verdes al cuerpo, una que otra descarga eléctrica y ¡listo!, el hijo estaba de vuelta, sentado ahí en la consulta, con los ojos bien abiertos y sin inconvenientes para volver a casa.

Un milagro de la ciencia...

Pero lo que la familia no quiso entender era que su pariente había partido hacía rato, o en el caso menos optimista, había desaparecido del universo en el preciso instante en que fue declarado por primera vez "fiambre". En cambio, lo que tenían en frente era una cosa que respiraba, se movía, interactuaba y utilizaba los pensamientos alojados en su cerebro, pero no tenía espíritu, y era más malo que el natre.

Bueno, por eso la película termina cuando el zombie aquel termina muerto -por vez segunda, obvio- tras haber intentado matar a su progenitora y haber cometido una serie de maldades innumerables (entre ellas comerse al gato, estrujar al perro, sacar escondido el papel higiénico del baño, lavarse los dientes con los cepillos de los demás, echarle sal al azucarero y viceversa).

Se me viene este filme a la cabeza, porque creo que a veces es mejor recordar a la gente como era con nosotros antes de sufrir drásticos cambios, antes de mutar hacia un nuevo estado. Eso puede evitar que se produzcan conversaciones extrañas, como las del individuo de la película, que, entre paréntesis, cuando volvió a la vida se puso re dicharachero, bueno pa' la talla y genial para dar consejos... casi, como un buen terapeuta.
 
Por Gabriel E. at 16:00 | Permalink 0 comentarios

Correcto
14.11.06
Después de pensarlo mucho, opté por cruzar la barrera entre lo correcto y lo incorrecto. Fue entonces cuando de lo incorrecto pasé a lo correcto y no al revés.

Era todo tan distinto en este nuevo lugar, todo tan ordenado, tan organizado, tan civilizado, tan predecible... tan ...correcto, que me vino una especie de ahogo y desesperación.

Debo decir que estando ahí, nada de lo que hiciera podía ser incorrecto, aunque así lo deseara desde mi interior rebelde, y ese resultado siempre tan dentro de la norma, por más que faltara a ella causaba en mí una sensación de desesperación extrema y ganas de huir despavorido.

Un pensamiento incorrecto, sin duda, que en la acción volvía a la corrección, al orden, la tranquilidad y el tedio.

Descubrí más tarde que prácticamente todo mi correcto círculo social estaba conformado por incorrectos como yo que habían traspasado aquel límite delgado en un momento de disyuntiva.

El tema lo abordamos una vez en un muy bien organizado encuentro de amigos, quizás a consecuencia de la muy correcta elección del licor dispuesto para los comensales.

De pronto noté que el ambiente se tornó denso con ese tema difícil. No me quedó más remedio que darle ánimo a mis amigos y les dije que en cambio, el otro lado estaba lleno de incorrectos sufriendo por su correcta mentalidad.

Afortunadamente todos volvieron a sonreír y la velada resultó perfecta.

A eso debo agregar que quedé satifecho y feliz, con la inmensa tranquilidad de haber hecho lo correcto.
 
Por Gabriel E. at 14:17 | Permalink 0 comentarios

Labios adictivos
18.12.05
Permanecen en las esquinas de las poblaciones marginales, con las manos en los bolsillos y tratando de soportar la ''angustia''. Así llaman al efecto que produce en los adictos la pasta base de cocaína.

Ellos mismos dan testimonio de ello: Cuando toman contacto con esa mezcla nefasta sienten una gran satisfacción que termina sin embargo en el preciso instante que dejan de fumarla.

La angustia vuelve de inmediato. Por eso el flagelo. Habría sido mejor que las víctimas de la tal base nunca la hubieran conocido.

Yo no soy adicto a droga alguna ni me he visto tampoco en la necesidad de cruzarme de brazos en una esquina para mirar con los ojos perdidos los límites del agujero donde la sociedad me hizo alguna vez caer.

Sin embargo, conocí la sensación de juntar mis labios con los de una mujer que habría sido mejor no haber sentido jamás. Fue adicción al primer beso una tarde de domingo de 1989, cuando en la radio de una fuente de soda sonaban una y otra vez las canciones de las bandas de la época, como Guns n’ Roses.

Y la angustia comenzó en el preciso instante en que tuve que subirme a un microbús para volver a mi casa en la periferia de la ciudad. Ella sonreía allá abajo con su pinta ochentera. Mi salvación era el número de teléfono que me había dictado y que nerviosamente anoté en mi destartalado pase escolar color café sin plastificar.

Pero cuando llegué a mi casa y finalmente disqué su número, contestó al otro lado un tipo que me dijo que estaba equivocado. Fue el mismo tipo quien me lo repitió minutos después tres veces seguidas, hasta una cuarta en que me hizo recordar todos los garabatos que existen y que se pueden decir en esta larga y angosta franja de tierra.

En esa época no había correo electrónico, y tampoco tenía la dirección de su casa, porque a ella –desafortunadamente- la conocí de manera excesivamente fortuita.

La angustia me la tuve que tragar por varios años en los que me dediqué sin éxito a buscar otros labios adictivos. Y me creía de verdad rehabilitado.

Pero en noviembre pasado y cuando caía allá afuera una inusual lluvia, recibí en la consulta a una paciente que llamó a última hora y que necesitaba arreglarse las tapaduras de un par de molares.

Apenas la vi supe que era ella, pero no fue recíproco y oculté aquel secreto desplegando toda la palabrería que dan los años de circo.

Traía correctamente todas sus radiografías y sólo había que ponerse a trabajar. Le inyecté la anestesia y le dije que íbamos a esperar que surtiera efecto. Yo la encandilaba con la luz a propósito para que no pudiera ver mi rostro de curiosidad, frente a esos labios todavía perfectos y cada vez más insensibles por los que yo habría hecho cualquier cosa.

Terminado el tratamiento, le di las recomendaciones de rigor y nos despedimos con un formal beso en la mejilla que me puso muy nervioso. Cuando se iba, volteó y me dijo: ''doctor, usted me es cara conocida'', y yo, hipócrita y cobarde, le contesté con una sonrisa, ''no lo creo''.

Fue angustiante verla desaparecer por la puerta en medio de ese aguacero casi estival. Cuando volví a la consulta me percaté que ella había olvidado una carpeta con varios papeles.

Fui donde la secretaria y con el máximo disimulo le pedí la ficha de la nueva paciente. Había dejado un número celular, el que marqué con mi propio móvil. ''Este número no tiene teléfono'', dijo la grabación, y yo quedé otra vez cruzado de brazos, angustiado y casi arrollado por la nueva vuelta que, la gigantesca ruda de la vida, había comenzado a dar otra vez.
 
Por Gabriel E. at 16:44 | Permalink 0 comentarios

Dime que no estás
11.12.05
"Dime que no estás, sin decir nada", pensé, mientras me mantenía quieto en medio de esa habitación oscura. La electricidad aún no volvía y se había consumido mi última vela aquella noche calurosa que me había obligado a mantener la ventana abierta.

Esperé un instante que no alcanzó a ser breve, casi conteniendo la respiración y oyendo el tic tac de ese reloj despertador que no sé para qué seguía en funcionamiento, tomando en cuenta que artilugios como ese, al igual que las agendas electrónicas, habían quedado guardados en el cajón del olvido tras la masificación de los teléfonos celulares.

Pensar en eso me tranquilizó y me hizo sentir un perfecto idiota. Yo, asustado en la oscuridad de un cuarto, como si tuviera cinco años, en medio de un corte de luz.

Y ni siquiera un 'matacuco' podría haber enchufado para vencer el extraño temor a esa presencia que podía ser simplemente un mal antecedente en materia de salud mental. Más imbécil me sentí después de llegar a esa conclusión, y al final, riéndome de mí mismo, comencé a festinar con la pregunta que le había hecho a ese supuesto ente, porque su omisión podía perfectamente haber sido considerada una respuesta, y me habría dado mil vueltas en un círculo vicioso del sin sentido hasta de verdad salir corriendo hacia cualquier parte.

Me metí dentro de la cama y me preparé para dormir. El sueño comenzó a invadirme lentamente. Era un sueño pesado de cansancio agradable, como los 10 minutos más con que uno mismo se engaña en las mañanas y que siempre se extienden lo suficiente como para llegar atrasado después a cualquier parte.

Pero de pronto la voz otra vez. "Estoy", dijo nítidamente y di un salto que me dejó inmediatamente de pie sobre la cama, con los ojos abiertos y la respiración acelerada. Miré para todos lados y pensé que realmente me había vuelto un esquizofrénico. Había visto en la televisión y en un par de películas que se oyen voces y hasta se puede ver gente con tal nitidez que parece todo muy, demasiado real... y yo que me creía tan racional e infalible.

Fue una voz nítida y resuelta, de una mujer, con un cierto dejo de tristeza. Pensé, siguiendo mi propio juego "¿dónde estás?", y la respuesta no tardó, "aquí" dijo a mis espaldas. Giré lo más rápido que pude, pero no logré ver nada...

Por eso le tengo temor a la oscuridad, y por eso también, como política de vida, nunca más le pregunté nada a cosas que supuestamente no existen, porque puedo asegurar que no es agradable recibir una respuesta, cualquiera que esta sea.
 
Por Gabriel E. at 23:59 | Permalink 0 comentarios

Unos jotes
5.9.05
Cuando iba en medio del puente atravesando el Mapocho sentí un revoloteo de alas sobre mi cabeza. Supuse que eran palomas o las gaviotas que hace varios años los integrantes de un grupo musical pseudo folclórico con raíces nortinas secuestraron del balneario de Cartagena y “ahuacharon” (como decimos acá) sin éxito en los patios de sus casas. Digo sin éxito porque los pajarracos terminaron viviendo a la orilla del no transparente río, cambiando su otrora dieta de pequeños peces, pulgas de mar y jaivas nuevas indefensas por desperdicios varios, incluidos los que uno mismo ve alejarse dando vueltas con alboroto tras la acción mecánica –y por cierto necesaria- de tirar la cadena del inodoro.

“Qué hacen aquí”, pensé mecánicamente y levanté la cabeza, pero para mi sorpresa no eran los avechuchos playeros los que se encargaban de interrumpir con su sombra mi tránsito en medio del sol, sino que eran otros bichos, más grandes y oscuros.

Pensé que seguramente pertenecían a una especie de buitre, algo así como los primos pobres de los imponentes cóndores, y que venían siguiendo por el cauce algún objeto que a vuelo de pájaro –obvio- parecía carroña.

Pero llegué a Providencia y nuevamente una sombra me cubrió por un instante. Eran los mismos jotes y hasta me causó gracia la supuesta coincidencia. Hasta me dije a mí mismo cual ornitólogo: “qué curioso que esta especie tan rara se haya instalado en una comuna como esta”.

Y la sombra continuó persiguiéndome. Entonces traté de poner atajo a la paranoia sentándome en una banca del patio de las Esculturas para esperar que los emplumados tres en total- siguieran otro rumbo. El problema fue que transcurridos más de quince minutos ellos seguían allí, circulando sobre mi cabeza unos 10 metros más arriba, y dando giros cerrados que producían en algunos momentos el choque de sus alas y el ruido de revoloteo que al principio llamó mi atención.

Admito que fui consumido por la desesperación. Troté, corrí, me oculté bajo la copa de un árbol, dentro un negocio, pero todo fue inútil. Y aunque esa mañana intenté en la oficina pasar lo más desapercibido posible, esos tres jotes sabían muy a ciencia cierta que yo me estaba muriendo, y contra eso, no había nada que hacer… no había nada que hacer.
 
Por Gabriel E. at 14:13 | Permalink 0 comentarios

Perro
26.5.05
Calculé que si el semáforo se volvía rojo, aquel can callejero iba a quedar en problemas en plena Alameda. Pero en cambio fui yo el aproblemado que en medio de bocinazos y el cambio de luces de algún conductor fiel a la consigna “apúrate o muere” se vio forzado a correr para llegar a la cuneta más próxima.

Y luego me quedé mirando a ese perro mestizo sin hogar, ese quiltro de centro, negro, grandote, bonachón, que exhibía más cultura urbana que los propios transeúntes, esperando, paciente, la luz verde peatonal.
 
Por Gabriel E. at 14:12 | Permalink 0 comentarios

Frialdad
Cayeron las primeras gotas y no se inmutó. Luego vino un chaparrón intenso y nada, seguía tendido ahí, como siempre, a sólo dos cuadras del Palacio de Gobierno “El trago les quita hasta el frío”, comentó con ironía la mujer del quiosco, acostumbrada a que tal episodio despertara en algunos cierta preocupación y lástima.

Me acerqué al hombre en medio de miradas curiosas, vi su rostro inmutable y tome su brazo frío. “Está muerto”, dije. La mujer respondió con tono natural. “Hay que llamar a un carabinero”, y luego le habló a su hijo, señalándome: “Llévale este diario al caballero”.
 
Por Gabriel E. at 14:10 | Permalink 0 comentarios

Ocio
21.4.05
Me tocó esta mañana verme involucrado otra vez en el cuento de las carencias tecnológicas. El asunto no es tan grave, pero me provoca gravedad. Cosa curiosa. Creo que lo mejor a estas alturas es pasar por alto el asunto y enfocarme en que se acerca la hora de almuerzo. ¿Qué será mejor hoy?...¿Un italiano con Sprite?, ¿un sándwich humedecido dentro de una bolsa plástica que vende a alto costo la Antonella? –nunca le he comprado, así que debe haber mucho de prejuicio en esto-, ¿un asqueroso, sintético y grasiento menú de Mc Donald’s? –que me perdonen los incondicionales de Ronald-, o ¿un pan con cualquier cosa que de rico no tiene nada y vende una señora en un quiosco que tampoco es quiosco y que quiso ser sin éxito un boliche de comida al paso?.

Me gustaría decir “ninguna de las anteriores”, pero no puedo. Voy a tener que elegir y de paso caminar varias cuadras antes de tomar la trascendental decisión que me despojará como a diario de un verdoso y cada vez menos valioso billete de “luca”.

En medio de tanta disyuntiva que consume mi existencia un jueves al mediodía que habría sido una bella jornada de cielo azul y sol si no fuera por el esmog (aunque se enoje el word y me lo subraye en rojo, en “Shile” tenemos que castellanizar este tipo de conceptos), mi conexión a Internet sigue muerta y mis neuronas en huelga de dendritas caídas… y axones fláccidos.

Me paso las manos por la cara y vuelvo al teclado. Tardo (estoy contando) 14 palabras más estas dos y estas últimas… en escribir (llevo 26 con “26”, ahora 30): “no estoy haciendo nada”.

Veo la hora otra vez, son las 12:30 de este jueves 21 de abril de 2005, y me imagino que la existencia hay que justificarla, pero no de este modo.
 
Por Gabriel E. at 12:35 | Permalink 0 comentarios